Las tres de
la madrugada.
Nueva York
duerme,
como tú,
imagino.
Vive la
noche con nada.
Y rincones
de humo y frío.
Posters,
esquelas,
periódicos
que no entiendo
y un movil
sin batería.
La levedad
de mi sombra y el tintineo
de las
botellas del minibar en mi bolsillo.
Desaparecen
los parecidos.
Y te
recuerdo en Temple Bar, y te olvido por igual.
Conduzco por
la izquierda y no es Dublín.
Me
entretengo con la luz led,
espirales de
coeficientes deficientes.
Focalizo,
casualizo, o causalizo,
fricción y
paciencia, ser un inútil invento,
un bulto
olvidado en una terminal.
Y tengo
miedo y amnesia.
No hay nadie
y escucho ruidos metálicos.
Y parezco octubre,
o quizá noviembre.
Un parque y
un homicidio en remojo.
Alcohol por
botín y un whatsapp por amigo.
Bicho y
moribundo apurando el trago.
El tacto de
tu mano que ya no sutura
y mis dedos
amarillos que ya no te llegan.
Y Porter que
no ayuda y además falta vino.
las cabezas
descansan en la planicie del sueño,
se alejan
las ideas sin pasaporte,
una elipse de
olvidos y certezas,
desengaños e
impotencias, y dos chicos
se muerden
por dentro de la boca
con la
violencia del silencio.
Espejismos y
maniobras con la química,
y un
botiquín de ilusión atracado en la última derrota.
He perdido
con dos ases por no ser de los suyos
ni de los
míos, radiografía de un intento.
Una postal
de Central Park, la condensación del cristal,
mi libreta
de epitafios, amoxicilina y ron añejo.
Un traje
gris y un perro en la oscuridad.
Botellitas
vacías y aviones despegando.
Y no llueve
por mí esta vez.
Y pierdo el
norte, la luz y el sábado.
Y no me
arrepiento.
Y me han
echado del bar del aeropuerto.
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