Siempre te
leo cuando no me quedan ganas de continuar,
y templas la
ignición, atenúas el reverb de mis virus,
y riegas las
hierbecitas de cilantro que casi nunca atiendo.
Cuando me
desangro se percibe en diferido
menos para
ti, con tus centesimales contraseñas
que detectan
las partículas nerviosas de mis grietas.
Parapeto de
mis accidentes espaciales,
de los
delirios incontinentes de mis agotados ideales,
de mis
olvidos incidentales y mis asociales costumbres,
apósito de
mis sequías de asombros.
Siempre interpretando
constelaciones en mis deslices lunáticos,
siempre
creyéndote mis interpretaciones
como quien
sujeta una cometa. Terapia y ternura.
Tirados en
la hierba. Rozando el suelo.
Despedidos
de este mundo por no reservar mesa.
Y observo tu
pelo y tu miedo a las alturas,
tu versión
de los hechos cuando te enfadas,
y un
incendio pendiente por apagar.
Y un rincón
de dudas que siempre encuentro
entre los
volantes de tus trapos del rastro
y el polvo
de mis libros garabateados.
Luciérnaga
de mis tropiezos y conspicuas conspiraciones.
El rumbo de
mis creepers cuando mi Stolichnaya
tumba a tu pareja de ases.
Siempre te
creo encontrar
en los bares
a los que ya no vas,
a los que ya
no voy,
limpiando
los vinilos que nos dejaban pinchar,
mareando el
café al ritmo que yo vaticinaba desastres.
Siempre que
me atraca un cambio de rasante
o un fin de
siglo,
me pilla
mirándote las piernas
con el
disimulo del que ya no tiene opciones.
Como un
tragaluz me avanzas un minuto más de tiempo extra
siempre que
mis constantes tiemblen.
y cuando mi
espectro se difumina
me
resintonizas en frecuencia modulada.
Y te invito
a cafe con churros,
y nos amanece de orballo,
y me vuelves
a aburrir con El Perfume.
Y suenan los
Cool Yerks, y cierro los ojos,
y parece que
estamos en Cuatrovientos.
Y no han
cerrado El Quijote.
Y Carlos nos
pone otra vez a los Kinks...